Casimiro de Brito: Entrevista

Canto del caos (Fragmento)
Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio entrevistan al poeta portugués para el No. 18 de Común Presencia
Traducción del portugués: Germán Villamizar
Poeta, novelista, cuentista, ensayista y viajero nacido en Algarbe, Portugal en 1938. Es autor de más de cuarenta libros. Ha dirigido varias revistas literarias, entre ellas Cadernos do Meio-Dia con António Ramos Rosa. Estuvo vinculado al movimiento Poesía 61. Sus poemas han aparecido en más de 140 antologías portuguesas y extranjeras. Ha sido director de los festivales internacionales de poesía de Lisboa, Faro y Porto Santo. Fue vicepresidente de la Asociación Portuguesa de Escritores, presidente de la Asociación Europea para la Promoción de la Poesía (Lovaina), y es director del PEN Club portugués. Sus obras fueron grabadas para la Librería del Congreso, Washington DC. Es consejero de la Asociación Mundial de Haiku, de Tokio.


Obtuvo el Premio Internacional Versilla, de Viareggio, a la «mejor obra completa de poesía», por Ode & Ceia (1985). La Academia Mundial de Poesía (de la Fundación Martin Luther King) lo galardonó en 2002 con el primer Premio Internacional Leopold Sédar Senghor por su carrera literaria. En 2005 fue distinguido con el Premio Europeo Mario Luzi al mejor libro publicado en Italia en 2004. Es traductor del japonés, y su obra ha sido vertida al gallego, español, catalán, italiano, francés, corso, inglés, flamenco, holandés, sueco, polaco, esloveno, servo-croata, griego, rumano, búlgaro, macedonio, albanés, húngaro, árabe, hebreo, alemán, chino, japonés...
La poesía que ausculta a la muerte, la fuerza solar del deseo, el amor como vicio, la literatura oriental, la transparencia de la palabra mayor, la creación como escuela del libertinaje, la respiración del silencio, son algunas de los interrogantes que anima Casimiro de Brito en esta fértil y pugnaz conversación. 
* * *
«Escribo poesía escribo
una lengua de muertos
que nunca morirá.
Tal como estuve en el vientre de madres
tal como estoy en el seno de mi amada,
escribo poesía, un idioma
que no domino. El amor
no se domina. Una loncha de tierra fresca
comida en la lengua y en tu boca,
donde bebo incansable pues seno
es todo. Bajo el peso del paraíso
recorro la vida y la muerte
en el mismo instante.
Escribo poesía escribo
como quien se baña en el agua
más antigua y siempre
inaugural. La boca en un oído
que no se revela.
Todo es seno, y duele. Escribo
con el cuerpo y el cuerpo,
aunque es de noche,
va con las nubes
y no mira
hacia atrás».
C. d. B.

La primera vez que escuchamos el nombre de Casimiro de Brito salíamos del Alcázar de Sevilla con el poeta español Antonio José Trigo, quien posteriormente se convertiría al islamismo de manera tan febril que llegaría incluso a cambiarse el nombre, a destruir sus libros y traducciones, y a realizar una peregrinación a La Meca. Pero aquella cálida tarde, años antes de que renegara de su pasado impuro y de nuestra amistad, y mientras nos preparábamos para comer unas tapas de boquerones, Trigo, con la serenidad singular que lo caracterizaba en ese momento previo a la posesión de Alá, se quitó los lentes para limpiarlos con impecables ademanes, y con circunspección nos habló de un poeta portugués «que había hecho del pensamiento carne, que producía unas metáforas iluminadas por el caos», y que él acababa de vertir al español.
El contagio literario hizo muy pronto efecto y horas más tarde leíamos en su apartamento, entre copas de Rioja, La poesía al pie del milenio de Casimiro de Brito, del cual entregaríamos una muestra substancial a los lectores de Común Presencia en su número 8. 
La voz tutelar de Georg Trakl y su cromática poesía nos condujo a un universo esotérico, del cual no saldríamos, ni siquiera cuando nuestro anfitrión nos invitó a Marrakech después de la cuarta botella de vino, quizá soñando desde ese momento con su futura vida religiosa. En consecuencia alguien dijo imprudentemente la palabra alquimia, y decidimos evocar entre brindis a Flamel, Hermes Trismegisto, Paracelso y al ineludible Fulcanelli. 
Fue entonces cuando El secreto de las catedrales irrumpió en esta conversación prolija, hasta el momento en que Trigo sacó de lo más oculto de su biblioteca Las moradas filosofales, y regalándonos el ejemplar con un tono sombrío pidió que nos preparáramos para una extraña confesión: «Fulcanelli está vivo y reside en Sevilla, vosotros podéis encontrarlo si tenéis suerte». 
La inmortalidad de los alquimistas que han hallado la Piedra Filosofal hacía parte de la leyenda, y aunque creíamos que Fulcanelli alcanzó la iluminación contemplando los frescos de las catedrales góticas, lamentablemente para nosotros aquella profecía de Trigo nunca se cumplió y nuestra pasión alquímica fue a dar a un fracaso irremediable.
Apostamos —como Rimbaud— por la alquimia del verbo. De regreso a Colombia y con la publicación de los textos de Casimiro de Brito en Común Presencia, iniciamos con él una relación epistolar que nunca ha sido interrumpida. Una decena de sus libros nos fueron llegando desde Lisboa permitiéndonos una aproximación a su palabra habitada. Los grandes poetas portugueses: António Ramos Rosa y Sophia de Mello nos remitieron en algunas ocasiones a su nombre. Y de pronto sin cita previa —a causa de algunos problemas cibernéticos— durante su reciente visita a Bogotá, en la terraza de la biblioteca Virgilio Barco, bajo una fría noche de luna llena, al fin lo conoceríamos al término de su lectura inquietante, y para nuestra perplejidad, le escucharíamos decir después del saludo las siguientes temerarias palabras:
«Cuando me preparaba para esta presentación supe que nos encontraríamos aquí a pesar de las trampas que la Internet nos jugó, por una extraña revelación que parecería del orden de la Alquimia».
Atemorizados no quisimos conocer la explicación. Más tarde, a la luz del ron, evocamos al poeta que había sido el puente de nuestra presencia, comentando detalles de su violenta conversión mahometana. Entonces Casimiro entusiasmado por la anécdota pidió que trajéramos Las moradas filosofales de Fulcanelli —obsequiado en nuestro mencionado viaje a Sevilla por Trigo— y al abrirlo, todos vimos con asombro la dedicatoria que años antes nos había escrito el autor español: A los poetas que escriben al pie del milenio.
«Es extraño que haya utilizado mi título en esa dedicatoria, ese libro también me corresponde. Encuentro una mágica relación en todo esto, ¿será que algo intenta revelarnos Fulcanelli?», dijo Casimiro con nerviosismo. 
Entonces por prudencia decidimos cambiar de tema. La noche avanzó entre evocaciones y lecturas. Más tarde lo llevamos al hotel del barrio Teusaquillo donde se hospedaba. Por el camino se burló de la arrogancia del Premio Nobel Wole Soyinka con quien había coincidido en el Festival Internacional de Poesía de Medellín. 
Pero los signos esotéricos continuaron aflorando. Recientemente, cuando trabajábamos en la presente entrevista, su computador falló perdiéndose toda la información, hecho que nos colmó de angustia. Enviamos de nuevo el cuestionario apresuradamente, pero debemos aclarar, que esta segunda vez, suprimimos por superstición —y de común acuerdo—, la pregunta referente a Fulcanelli.
Hoy sabemos que en Sevilla se ha construido un barrio llamado Heliópolis, tal como la secta fundada por el famoso alquimista, quien según sus creyentes se aproxima a los ciento veinte años de vida. No queremos hablar más al respecto.
En cuanto a Antonio José —alias Yasin—, continúa su sendero místico en algún lugar ignoto del África árabe. Casimiro de Brito, verdadera víctima de la palabra, avanza en la escritura de su heracliteano Libro de las caídas y actualmente organiza su prestigioso Festival poético en la bella isla de Porto Santo, Portugal. 
Es innecesario tejer nuevas disquisiciones. He aquí la aurora nocturna de su pensamiento poético.

* * *
—Sabiendo que «toda poesía tiene algo de trágico» (Novalis), ¿cree que un texto justifica el dolor y la destrucción que habita en su génesis?
—Si el todo se construyó o reconstruyó en un acto trágico, en la muerte cotidiana y efímera, la Poesía, una de las formas mas depuradas de la expresión de ese Todo, es sólo una tragedia en acción. Hace mucho tiempo que dejé a un lado la idea de que hay momentos trágicos y momentos que no lo son. Lo que vivimos, y lo que viven los demás (animales, plantas, minerales) es, al mismo tiempo, tragedia y fiesta; palabras de poetas antes de ser filósofos. El sosiego no existe: si alguien lo viera o sintiera, estaría equivocado porque no hay reposo en el viaje de los cuerpos. Esto no es grave. Lo que nace en mí muere y renace: ocaso y alborada. Ni siquiera el Todo, si tuviera tiempo para pensar o sentir daría cuenta de la cantidad de los seres que, en refugios precarios, bullen en él. ¿El texto? Es la metáfora de una génesis que ya es destrucción, sólo eso. O muchas otras cosas.

—¿Comparte la frase de Nietzsche: «El anhelo de belleza surgió de una privación, de la melancolía, del dolor»?
—No. Los estados humanos que producen la belleza (ya sea un poema, una cantata o una pintura) no pueden identificarse de la misma manera. Posiblemente sea cierto que la mayor parte de las formas artísticas son fruto del dolor y de la privación, pero las obras de algunos autores se originan en el placer y el exceso. No se debe generalizar. La figura del artista trágico es constante, pero no es única. Así mismo, el poeta, el artista, nunca deja de ser (fusión de ángel blanco y ángel negro, simbiosis de profeta y persona corriente) en cualquier situación de la vida. Mi obra está impregnada de alegría (no exenta de un sentimiento de pérdida) y de sufrimiento (indicador de que tenemos los pies en esta tierra inconstante). Después está el oficio… que termina por crear cierto distanciamiento, cierta ironía.

—Primero la tragedia griega con su pathos, después el amor-pasión con su paradigmático Tristán e Isolda, nos enseñaron la posibilidad de un sufrimiento o una muerte como catarsis, como «vicio» o como dulce obsesión. La poesía, que mira a los ojos a la muerte y juega ajedrez con ella como en El séptimo sello de Bergman, ¿puede ser todavía un refugio convincente?
—La poesía mira los ojos de la muerte, se halla atenta a la mínima tragedia del acto de vivir, pero no es un refugio. Me refiero a la gran poesía, a la palabra esencial. La poesía es un lugar no siempre ameno en que se reúnen luz y sombra, concordia y discordia; sin embargo, no es una fuga. Es un oficio que emplea el más poderoso y sutil de los instrumentos: el lenguaje, la fuente del ser. Si es verdad que el hombre, al igual que los demás seres, nace del caos hacia la muerte, también es verdad que, con su capacidad de trasformar lo real, crea la poesía, posibilidad de orden no inflexible, revelado por el canto. No es el orden que normaliza, sino el canto, que reúne verdad y belleza, y nada tiene que ver con el orden establecido. El pathos de la tragedia griega y el amor cortés se repiten a través de los siglos e impregnan, en formas variadas, diversas tradiciones poéticas. (...)

(Versión completa en el libro Grandes entrevistas de Común Presencia. Colección Los Conjurados, Bogotá, Colombia.


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