Oswaldo Guayasamín: Entrevista

Sueño de un nuevo renacimiento (Fragmento)

Por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio

Conversación con el artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999) publicada en el No. 8 / 9 de la revista Común Presencia

Después de extraviarnos en un jardín protegido por colosos de bronce; rodeados de atormentadas imágenes religiosas, de Cristos patéticos, santos sin aureola y Vírgenes aladas; esperábamos en la primera sala de su casa al reconocido pintor ecuatoriano –contemplando una gran Piedad colonial– con irreversible convicción en su ateísmo.

Minutos más tarde recorriendo con él su casa­museo (como fórmula preliminar para atenuar el inevitable distanciamiento periodístico) apreciamos en su totalidad la colección de Cristos realizados entre el siglo XVI y el XVIII, nos detuvimos en la serie de cerámicas tres veces milenarias que poseen claves criptográficas, en otros vestigios espléndidos de nues­tra época primigenia, y en esa escultura de «un cubismo primitivo: presagio de Picasso».

OG: No poseo estas obras por alguna preocupación religiosa sino estética. Muchas son un vaticinio de las búsquedas artísticas de nuestro siglo, Mostré en Ale­mania transparencias de nuestro arte colonial, de esa fusión entre espíritu indígena violentado e imposición española, que originó imágenes religiosas de una encarnizada brutalidad. Es fácil advertir en este arte el sometimiento del artista, casi siempre indígena. Las llagas de sus personajes, las heridas, las laceraciones excesivas, el tormento que demuestran; son un anticipo del llamado «Expresionismo». Existe un muro (aquí en Ecuador) donde fue grabado en piedra el enfrentamiento de dos ejércitos precolombinos, cuyo descubrimiento ha sido para mí definitivo. Mi obra, creo que no tiene referencia con los pintores alemanes de comienzo de siglo, pero si con nuestro Expresionismo Colonial, arte tan desconocido como irradiante.

CP: Sin embargo esa preocupación por el origen, ese volver a las raíces latinoamericanas, se convirtió en una inofensiva fórmula durante la década del sesenta...

OG: Sí, por eso mismo afirmo que el «indigenismo» como escuela es absurdo. Yo trabajo grupos humanos, contemplo su contexto universal, sus posibilidades y carencias, su clamor, su sufrimiento, su matiz. Me solidarizo con quienes han sido despojados de sus dioses, de sus sueños, de sus ríos, de su trozo de cielo y de su tierra. El «indigenismo» es una mirada desde afuera, un procedimiento... Yo pretendo representar un escenario interior. Una imagen tan individual como fecunda.

CP: Algunos propusieron la celebración del Descubrimiento el once de octubre, con exposiciones de artesanías y pinturas precolombinas, y con una ceremonia de alguna droga ancestral curativa y de revelación; como un homenaje a nuestras fuentes...

OG: Yo realizo en Puerto Real (España) una gran obra que se llamará «Homenaje a las víctimas de la invasión europea, desde 1492». Propongo la apropiación de una identidad que si es cierta, necesariamente será universal.

CP: ¿Asumir el arte, para usted, es intentar una forma de «moral» (en el sentido que le daban los surrealistas a esta palabra), un sentido de denuncia y de justicia?

OG: He tenido el privilegio de acercarme a grandes hombres, quienes han luchado por la salvación de lo humano. Haber conocido a Mao Tse Tung, es una experiencia definitiva para alguien sensible. Fui honrado por una conversación de media hora con ese hombre mítico. También tuve la suerte de aproximarme a Fidel Castro, quizá el personaje más redondo que he conocido; él puede disertar con conocimiento y horizonte sobre cualquier tema. Puede pasar de reflexionar sobre alta política internacional a exponer sobre algo tan elemental... y esencial como la agricul­tura, por ejemplo, como me tocó alguna vez escucharlo. Mantengo amistad con Miterrand y Felipe González; he conocido a otros hombres de importancia política, pero ninguno tan fulgurante como los que he mencionado al principio.

En cuanto a artistas comprometidos con lo humano, la amistad ofrecida por José Clemente Orozco, es algo de lo que aún no me recupero. Estuve muy cerca de él, le ayudé a pintar un mural: «Los Jinetes del Apocalipsis». Creo que «El Hombre de Fuego» de Orozco es una de las obras pictóricas esenciales de este siglo, tan importante o más que «El Guernica» de Picasso. Es una gran propuesta estética que escinde, denuncia y revela: una aventura totalizante.

CP: ¿Pudo conocer a Picasso?

OG: No, se evidenciaría... Hace cuarenta años aprovechando el dinero de un premio que me hat otorgado, viajé hasta el lugar donde vivía pero no fue recibido. Creo que para un artista como él –ese momento de reconocimiento– era imprescindible estar aislado.

CP: ¿Cuál es su relación con la literatura?

OG: Leo cotidianamente, admiro varias obra, nuestra lúcida literatura latinoamericana; y por otra parte tengo la suerte de que tres escritores consagrados por el Premio Nobel han escrito sobre mi obra.


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