Como tributo a este pintor vallecaucano (Cali, 1942), Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio, realizaron para el No. 17 de Común Presencia un recorrido por su experiencia vital y creativa, donde el compromiso con la identidad latinoamericana y su trayectoria política –que lo llevaría al exilio en 1989–, retratan al personaje que ha decidido creer en el proyecto del hombre y en las nuevas tendencias del arte mundial
CP: ¿Podríamos pensar que existe en su obra una intención inexorable de regresar a las formas del arte primitivo?
PAH: Aunque en muchas ocasiones ha sido un retorno consciente, no podría racionalizarlo totalmente. Comprendo que han existido elementos no sólo africanos sino raíces precolombinas profundas en mi obra. Todo mi trabajo ha sido producto de la conjunción entre lo precolombino, lo europeo y el cosmos escultórico africano. Por europeo considero aquellas tradiciones pictóricas del mundo renacentista mediterráneo. Yo me formé con elementos de la pintura italiana y española, estudié en la Academia de Bellas Artes de Roma, y de allí asimilé una tradición muy apegada a los aspectos estéticos del Renacimiento. Sin embargo considero que cada vez es más intencional mi deseo de volver a las formas originales y a ese mestizaje que constituye la mayor riqueza de toda sociedad.
CP: ¿Cuál es la diferencia fundamental de su retorno y el de Picasso a las raíces del arte africano?
PAH: Para Picasso era una búsqueda extraterritorial provista de la necesidad de llenar un vacío y lo resolvió apelando a las culturas africanas. Nosotros –y hablo en gran medida de muchos de los pintores latinoamericanos–, no tenemos ese vacío que obsesionaba a Picasso. Lo tenemos todo en nuestra cultura y es lo que somos... Allí radica la enorme diferencia filosófica, pues aquí nunca apuntamos hacia el exterior, porque lo fundamental es indagar al interior de nosotros mismos, de la estructura colectiva, de una sociedad enriquecida por la pluralidad.
CP: ¿Esta pretensión teórica explicaría el universo de otros artistas como Tamayo, Szyszlo y Guayasamín?
PAH: Sí, pues Tamayo es un artista esencial en la búsqueda de los orígenes, uno de los que avanzó más en ese difícil camino. Guayasamín es un pintor mestizo por excelencia, que profundizó mucho dentro de sus propias raíces indígenas, creando una expresión propia dentro del arte latinoamericano.
CP: ¿Cómo recuerda el nacimiento del llamado Expresionismo Colombiano, que lo involucra como uno de sus nombres imprescindibles?
PAH: Esto ocurrió a mediados de los años sesenta con Carlos Granada y Leonel Góngora, principalmente. Es la primera identificación real del expresionismo en Colombia. En México José Luis Cuevas era protagónico de esa tendencia, y se podría decir que fue el precursor de una nueva figuración. En Colombia es Góngora quien trae los hallazgos de Cuevas y las variantes expresionistas que se desarrollaban allá. A su vez Granada realiza una propuesta violatoria de los códigos que conocíamos y Augusto Rendón (sucesor de la obra de Rengifo) adhiere a su plástica una figuración contestataria muy libre. Aparece luego Ángel Loochkartt, con una neofiguración expresionista, revestida de un extraordinario color tropical.
En este mismo espectro encontramos la primera obra de Darío Morales que luego se convirtió en un pintor realista, casi fotográfico. Pero en sus inicios expuso obras que se insertaban dentro de esa tendencia. En verdad fuimos un movimiento que se rebelaba contra la academia, planteando que el arte debía dar un reflejo de la sociedad, sin caer en los esquemas del realismo socialista que por entonces influía a muchos creadores que se movían dentro de la Izquierda. Nosotros no queríamos que nuestra obra fuera panfletaria. Buscábamos su autonomía, su independencia y que representara nuestra identidad.
CP: ¿Dentro del Expresionismo Abstracto, pintores como Gorky, Rothko, De Kooning, fueron decisivos para su generación?
PAH: En esa etapa primó la influencia de la pintura postmuralista mexicana y especialmente la de Cuevas, así como la corriente de los Informalistas españoles. Sin duda Saura y Tapiés ejercieron una enorme influencia en toda América Latina, pero no era directa la influencia de artistas norteamericanos.
CP: ¿Cuáles pintores colombianos le interesan?
PAH: Los dos más decisivos en la historia de nuestro país son Obregón y Grau. Puedo parecer conservador pero estos son dos hombres ejemplares como creadores y verdaderos constructores de la plástica nacional.
CP: ¿Y Botero?
PAH: Botero tiene épocas interesantes, pero no creo que alguna sea tan trascendente como la de los dos artistas que he citado. Por otra parte en lo referente a la obra escultórica, para mí los grandes maestros son Ramírez Villamizar y Negret. La lúcida crítica argentina Martha Traba los valoró en su momento y pienso que fue un acto de justicia.
CP: ¿Ella comentó sobre su obra?
PAH: Hizo algunas críticas positivas y lógico, otras muy negativas, de las que prefiero no hablar.
CP: Sobre las diversas técnicas de su trabajo sabemos que en sus inicios fue un cultor del grabado…
PAH: Sí. En aquella época esa técnica era considerada un arte menor, muy por debajo de la pintura. Augusto Rendón y yo contribuimos de manera decisiva a que se valorara la expresión gráfica y a formar virtuosos artistas del grabado. No obstante, aunque parezca raro, lo he ejercitado muy poco. Del dibujo pasé a la litografía en metal que me permitía dibujar sobre lámina y exigía menos dedicación. Pero como las litografías en metal y las serigrafías, se consideraban grabados por quienes no eran versados en técnicas pictóricas, tenía mucha fama en ese campo. El grabador por excelencia fue Rendón, mientras Granada era el pintor sobresaliente.
Luego en 1977 fundé el taller de la Corporación Prográfica. Desafortunadamente, y luego de diez años de actividades, debí cerrarlo en 1987 por falta de tiempo cuando ingresé a la política. Ese taller revistió tal importancia que llegó a ser uno de los grandes de América Latina sirviendo como modelo para la fundación de otros en Panamá y Cuba, y para la creación de talleres en diversas regiones del país.
CP: También es muy conocida su fascinación por el dibujo. El blanco y negro es generalizado en sus imágenes, ¿por qué esa ausencia del color?
PAH: El dibujo me encanta por su exactitud. La ausencia de color es una constante, una secreta intención. Gran parte de mi obra fue monocromática, persiguiendo una elementalidad muy a propósito, porque el blanco y negro para mí es como el elemento que contribuye a acentuar aquello que quiero revelar.
CP: Es reconocida su trayectoria artística internacional...
PAH: Aunque me he mantenido por fuera del comercio artístico, y mi obra a nivel nacional no ha sido muy aceptada por su contenido crítico, creo que he estado en más bienales y eventos internacionales, que casi todos los pintores colombianos. Yo he representado a Colombia en muchos países como Brasil, Italia, Japón, Corea, Tokio, España, Chile, Perú. Estuve en la Bienal de São Paulo en dos ocasiones. También en la bienal de Venecia, y en la Intergráfica de Berlín me otorgaron una medalla de oro.
CP: ¿Cómo fue su tránsito por la política en la década del ochenta, famosa por ser tan represiva con las ideologías de la Izquierda colombiana?
PAH: Fui nombrado Senador en 1986 por la Unión Patriótica y estuve en este cargo incluso hasta la muerte de Bernardo Jaramillo en 1989, cuando comenzó la gran persecución, el gran genocidio. Como todos los miembros de mi partido fui víctima de persecuciones y amenazas. Afortunadamente en el Valle del Cauca la situación aún no era tan grave como en el resto del país y cuando advertí que la tragedia se nos venía encima logré abandonar Colombia con la ayuda del gobierno de Francia. Primero viajé a Alemania y luego viví en Portugal. Durante dos años estuve exilado, hasta que un día la nostalgia por mi país se hizo tan fuerte que debí regresar a pesar de todos los peligros. A mi regreso renuncié totalmente a la política dedicándome por entero a mi trabajo artístico.
CP: ¿Le preocupa el actual panorama político colombiano?
PAH: Los tiempos son distintos. América Latina vive el fruto de los logros sociales de las décadas anteriores. En lo referente a nuestro país no podemos decir que todas esas vindicaciones sociales se han perdido. La alcaldía de Bogotá y la Gobernación del Valle son el resultado de las luchas de décadas anteriores. No somos huérfanos de la historia. No hay que desesperarse, pues creo que la historia dará la razón a tantos años de esfuerzo, con resultados que ya son visibles a todos los niveles.
CP: ¿Pero no hay indicios para suponer que vivimos una época semejante en opresión y control, a la del gobierno de Turbay?
PAH: Lo de Julio César Turbay fue muy distinto y desgraciadamente ya parece haberse olvidado. Creo que la situación de hoy no es tan grave. Estamos en una fase mucho más avanzada. No es la época de las caballerizas de Usaquén. El gobierno Uribe no es el gobierno Turbay. Existen muchos avances democráticos sumamente importantes. Hay un gran surgimiento de movimientos sociales, de movimiento indígenas. El horizonte social es más vigoroso y se inserta también dentro del panorama mundial, en la defensa de la ecología, de la tierra, de los recursos nacionales; factores claves de esa lucha que no se ha detenido ni se detendrá.
CP: En una sociedad que ha hecho la idolatría del consumo y que tardíamente promueve el arte conceptual y formas de abstraccionismo decorativo, ¿cómo puede protegerse el artista de esas corrientes establecidas?
PAH: Todas las expresiones del arte en este momento me interesan: el arte conceptual, las instalaciones, los performances... Creo que son manifestaciones complementarias y esto no significa que las formas anteriores desaparezcan.
CP: ¿Pero no es peligroso que este excesivo consumismo propicie un arte intrascendente?
PAH: No. Lo que sucede es que estamos en un momento de tránsito hacia otras formas de expresión. Veo venir una utilización cada vez más extensiva de los nuevos medios, artes visuales, fotografía digital... que integran todo. Por ello no creo que algo esté en peligro, vendrán nuevas formas y nuevas fusiones estéticas.
CP: Los núcleos de poder perpetúan un arte oficial que muchas veces es engañoso, sobredimensionan figuras que no tienen suficiente gravedad...
PAH: En Colombia no existe arte oficial, no reconozco nada que se le parezca. Por el contrario, lo que se está produciendo benéficamente son políticas artísticas, que no están destinadas a artistas favorecidos u oficiales. La creación del Ministerio de Cultura ha sido esencial. Se han diseñado políticas culturales, pero esto no quiere decir que ello obedezca a la conformación de un arte oficial, con una corte de pintores privilegiados, que en realidad hace mucho no existe.
CP: ¿Adelanta algún proyecto específico ahora?
PAH: Junto a Mónica Herrán, estoy madurando un proyecto que busca producir un mapa, un enorme retrato visual de la ciudad vista desde adentro, y este trabajo busca estimular la formación de fotógrafos que muestren este territorio desde su interior. Pretendemos congregar 500 fotógrafos de todos los estratos; el proyecto se llama: Cali Ciudad Visible, y un jurado nacional e internacional escogerá los 30 trabajos más sobresalientes. Esto es importante para todos, porque sólo el artista puede hacer visible todo aquello que necesitamos comprender.
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© Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio