Entrevista a Roberto Juarroz


EL VUELO HACIA ADENTRO (fragmento)







Por Gonzalo Márquez Cristo
La primera versión de esta entrevista contó con la participación especial de Omar Martínez Ortiz

Nació en Coronel Dorrego, Argentina, el 5 de octubre 1925 y falleció en Temperley el 31 de marzo de 1995. Poeta y ensayista; durante treinta años ejerció la docencia como profesor titular de la Universidad de Buenos Aires. Dirigió de 1958 a 1965 la revista Poesía=Poesía. Su fundamental obra traducida a una treintena de idiomas y reunida toda bajo el título de Poesía vertical, que reúne catorce libros, ha alcanzado un vasto reconocimiento universal. En 1984 le fue otorgado en Buenos Aires el Gran premio de Honor de la Fundación Argentina para la poesía, en 1984 recibió el Premio Esteban Echeverría, en 1992 el Premio Jean Malrieu de Marsella, y en ese mismo año le fue otorgado el importante y consagratorio Premio de la Bienal Internacional de Poesía en Lieja, Bélgica.
A continuación algunos comentarios sobre su magnífica obra: 

«Juarroz es un verdadero y gran poeta». René Char

«Sorpresa y confirmación: no nos equivocamos quienes escuchamos una voz única en la poesía del siglo XX. Más que oír la voz de Juarroz, la vimos. Y vimos una claridad...»  Octavio Paz

«Poesía de una abrasada transparencia». Vicente Aleixandre

«Sus poemas me parecen de lo más alto y lo más hondo (lo uno por lo otro, claro) que se ha escrito en español en estos años».  Julio Cortázar

* * *
«Hay pocas muertes enteras. 
Los cementerios están llenos de fraudes. 
Las calles están llenas de fantasmas». R.J.

Si tocara develar el único lugar donde la palabra no fracasa o buscar una estratagema para desaparecer en un viaje interior, precisa­ríamos de la casa verbal construida desde 1958 por Roberto Juarroz, año inaugural del universo Poesía verti­cal; aventura encadenada bajo un único título, donde la escritura siempre inventa lo real.
Porque en esta persecución del vocablo inalcanzable, de la celebración de lo invisible, de los espejos de la muerte y de un silencio capaz de otorgar nuestro nombre ulterior, requeriremos del «cultivador de grietas», del sembrador de ventanas que funda pensamientos irretornables y de quien vino a denunciar con desolación que «también hemos traicionado al agua».
El poeta vigila el lenguaje, vela por la salud de la lengua como lo propuso Heidegger, y es allí donde nos espera un «misterio que se muestra», hollado por la luminosa voz de este creador y ensayista argentino, por su particular acento, revelado en esta vívida entrevista realizada para el número dos de Común Presencia, que sería complementada en conversaciones posteriores, donde siempre nos deslumbraría el magma verbal de su pensamiento, su torrente reflexivo sin fisuras, la solidez de un lenguaje que muy pocas veces encontraríamos en nuestra extensa labor periodística, al enfrentarnos inermes en el momento de desgrabar el diálogo, ante la única opción de condenar una coma o de reemplazar un signo de puntuación, porque su discurso era siempre inamovible. 
La versión original de esta entrevista realizada telefónicamente entre Bogotá y Buenos Aires, cuando en forma furtiva nos tomamos durante una hora una oficina pública, con la complicidad de un funcionario que cultivaba la desesperación, derivó en lo que él llamaría el abrigo invisible de Común Presencia, en el generoso acercamiento promovido por Juarroz a otras grandes voces universales que enaltecerían las páginas de nuestra publicación, y en una correspondencia honda y perturbadora, donde siempre sería recurrente la indagación sobre el universo de lo poético porque «todo hombre necesita de una canción intraducible». 
A continuación el alud de su pensamiento luminoso.
—Su reflexión sobre la poesía es pródiga, ¿podríamos afirmar que ella es el arte de expresar lo inexpresable?
—Alguna vez dije que la poesía es el arte de lo imposible, de lo indecible. Durante la década del cincuenta y del sesenta publicamos una revista llamada —lo cual he sentido como una pequeña definición— Poesía = Poesía. Porque la poesía es igual nada más que a sí misma, y no hay cosa alguna con que compararla, explicarla, descifrarla. No digo que no existan cosas grandes en mundo aparte de ella, manifiesto que para algunos es autónoma y que se juega allí —en el sentido profundo del verbo jugar— la expresión del hombre en sus últimos límites, en sus últimas posibilidades, y en su mayor intensidad de vida. Entonces no tiene explicación ni lingüística ni filológica. La explicación de un poema es solamente el mismo poema.
—¿Eso que ha llamado desbautizar las cosas, volverlas a su nombre original?
—Recuperar otra forma de expresarlas... Yo creo que en último término la poesía busca más Ser en el hombre, más Ser en lo que el hombre hace. Busca a través del lenguaje, de un uso siempre distinto de la palabra, descubrir la fuente del Ser. O como dice Bachelard de una manera admirable en La intuición del instante: «La poesía es la me­tafísica instantánea»; o sea, no la metafísica discursiva de la filosofía, sino la penetración en las últimas zonas de lo real para provocar una reve­lación que se da a través de la imagen, de la palabra, de esa trasposición que es siempre la poesía. Por eso Aldo Pellegrini dice en algún texto que la poesía es una mística de la realidad, y más adelante agrega algo que me parece extremadamente importante: «La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo, se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes que tienen el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardien­tes, pueden abrir esa puerta y por ella pene­trar en la realidad. La poesía pretende cum­plir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles». (...)



(Versión completa en el libro Grandes entrevistas de Común Presencia. Colección Los Conjurados, Bogotá, Colombia, 2010

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